¿Te imaginas que tu inocencia o culpabilidad en un juicio dependiera de caminar descalzo sobre hierro al rojo vivo? Pues eso, literalmente, pasaba en la Edad Media. Y sí: también ocurrió en tierras turolenses.
¿Qué era la Prueba del Hierro?
La prueba del hierro candente era uno de los llamados juicios de Dios, un método brutal y supersticioso para demostrar si alguien era culpable de un crimen… o simplemente si había ofendido la moral del momento. Bastaba con una acusación de infidelidad, robo o brujería para que alguien, especialmente una mujer, fuera obligada a caminar tres pasos sobre un hierro al rojo vivo o a sostenerlo en las manos.
Y aquí viene lo más «divino»:
Si la quemadura sanaba en tres días, se consideraba que Dios había intervenido y la persona era inocente.
Si no… culpable. Y lo que venía después no era precisamente una palmada en la espalda.
¿Y en Teruel, Albarracín, o el Maestrazgo? ¿También se hacía?
Aunque muchas veces asociamos estas prácticas con grandes ciudades o centros religiosos, la realidad es que en lugares como Teruel también se realizaban. Documentos antiguos y relatos orales mencionan cómo en pequeñas aldeas del Maestrazgo y la Sierra de Albarracín, se practicaban este tipo de pruebas en casos de acusaciones de brujería o adulterio. La leyenda dice que en Linares de Mora una mujer fue obligada a sostener hierro ardiente por ser acusada de «mirar raro al ganado». Spoiler: el ganado siguió enfermo… y ella no.
⚖️ ¿Justicia medieval o puro terror?
La prueba del hierro no buscaba la verdad, buscaba culpables convenientes. En muchos casos, bastaba una mirada, un rumor o un mal sueño para acabar con una mujer enfrentando el fuego. Y aunque suene a leyenda oscura, fue una práctica real durante siglos.
¿Por qué recordar esto hoy?
Porque Teruel también guarda en sus piedras historias de fuego, miedo y superstición. Y conocerlas nos ayuda a entender cómo ha cambiado (¡por suerte!) la forma en que buscamos la verdad.
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