Batalla en Aragón

El Olmo de San Lázaro: Una Historia de Traición en Teruel

Los primeros años de Teruel: Un territorio en constante peligro

Tras la fundación de Teruel, la vida de sus habitantes estuvo marcada por el peligro. Mira, te lo cuento como yo lo conocí: aquello era casi como vivir en una guerra constante. Imagínate, recién levantan la villa y ya están con el agua al cuello. Las tropas musulmanas cruzaban el río como si nada, saqueaban todo a su paso y se llevaban a los pobres labriegos que pillaban por el camino.

Y lo peor es que muchas veces llegaban hasta las murallas de la ciudad. Vivir ahí no era fácil. Cada día era una mezcla de miedo y resistencia. Pero también de historias… historias que aún hoy se siguen contando porque dejaron una marca profunda en la gente.

El juez que quiso vender la ciudad. Ibáñez Domingo de Mortón

Y aquí viene una de las más gordas. Resulta que allá por el año 1183, el que mandaba en Teruel era un juez llamado Ibáñez Domingo de Mortón. Empezó su cargo un martes de Pascua, nada menos. Pues este hombre, en vez de hacer lo que se supone que debía —defender la ciudad y proteger a la gente—, intentó vender Teruel a los musulmanes.

Sí, sí. Así, como lo oyes.

¿El motivo? Pues aún no está claro. Algunos dicen que fue por miedo, que algún líder moro lo amenazó y se vino abajo. Otros aseguran que lo hizo por codicia, porque el enemigo le ofreció riquezas. Sea como sea, fue una traición en toda regla.

Los turolenses no se quedaron de brazos cruzados. Se enteraron del pastel y lo llevaron a juicio, como mandaba el Fuero que les había dado el rey Alfonso II. Lo declararon culpable y lo condenaron a la horca. No les tembló la mano: la seguridad y el honor de la ciudad estaban por encima de todo.

El Olmo de San Lázaro: el árbol que lo vio todo

Y ahora viene lo más legendario del asunto. El juez no fue colgado en cualquier sitio. Lo llevaron a un lugar alejado que se llamaba San Lázaro, una zona donde mandaban a los que tenían lepra, para que te hagas una idea del ambiente.

En medio de ese sitio, solitario, había un árbol: un olmo enorme, imponente. Y fue ahí, en una de sus ramas, donde acabó colgado Ibáñez Domingo de Mortón.

Desde entonces, ese árbol pasó a ser conocido como el Olmo de San Lázaro. La gente decía que estaba maldito, que era un árbol que daba miedo, sobre todo para los que llevaban una vida poco limpia. Se convirtió en una advertencia muy clara: si traicionas a tu pueblo, ahí vas a acabar.

Una historia que no se olvida

Y aunque el tiempo haya borrado aquel olmo del paisaje, la historia sigue muy viva. Porque no es solo una anécdota oscura, es una leyenda que cuenta lo que significa ser de Teruel: resistir, luchar por lo tuyo y no dejarse pisotear.

La justicia, aunque tarde, llegó. Y eso marcó a toda una comunidad. Por eso, cuando se habla del Olmo de San Lázaro, no se habla solo de un árbol. Se habla de un símbolo. Y en esta tierra, los símbolos importan.

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